"¡Oh! Sin ningún temor de ser desmentida, puedo afirmar que las limeñas con ese traje serían proclamadas las reinas de la tierra, si bastara la belleza de las formas y el encanto magnético de la mirada para asegurar el imperio que la mujer está llamada a ejercer." Flora Tristán, 1839
Ricardo Palma en su tradición "La Conspiración de la Saya y el Manto" nos dice: "Las antiguas limeñas parecían fundidas en un mismo molde. Todas ellas eran de talle esbelto, brazo regordete y con hoyuelo, cintura de avispa, pie chiquirritico y ojos negros, rasgados, habladoras como un libro y que despedían más chispas que volcán en erupción. Y luego una mano, ¡qué mano, Santo Cristo de Puruchuco! Digo que no eran dedos los de esa mano, sino que eran claveles de a cinco en ramo." Pero porque despertó tanta fascinación este traje de las mujeres limeñas de antaño?
La saya era una falda de seda grande y larga, de colores azul, castaño, verde o negro. Para asegurarla se usaba un cinturón que la ceñía al talle de la mujer. No era extraño que algunas menos agraciadas usaran caderas postizas que exageraban sus dotes naturales. Por debajo de esta falda se podía ver el pequeño pie (calzado con un zapato de raso bordado) que también hizo famosas a las antiguas limeñas. El manto también era de seda, se ataba a la cintura y subía por la espalda hasta cubrir la cabeza y el rostro, dejando al descubierto tan sólo un ojo y acaso los brazos.
La saya contorneaba las caderas y el manto cubría la cabeza y el rostro, excepto, por supuesto, un único ojo. Tras el manto podía habitar una abuela desdentada así como una mujer tuerta picada por la viruela. Las posibilidades eran muchas como muchos debieron ser las ocasiones en que muchachos galantes o "viejos verdes" derrocharon piropos antes esposas, cuñadas, suegras, madres o hijas que podían ocultar su verdadera identidad tras los mantos.
Al respecto, la viajera franco-peruana Flora Tristan nos sigue contando respecto al traje: "Una limeña con saya o vestida con un lindo traje llegado de París no es la misma mujer. Se busca en vano, bajo el vestido parisién, a la mujer seductora que se encontró por la mañana en la iglesia de Santa María. Por eso mismo, en Lima todos los extranjeros van a la iglesia, no para oír cantar a los frailes el oficio divino, sino para admirar, bajo su vestido nacional, a esas mujeres de naturaleza aparte. Todo en ellas está, en efecto, lleno de seducción. Sus posturas son tan encantadoras como su paso y cuando están de rodillas inclinan la cabeza con malicia, dejando ver sus lindos brazos cubiertos de brazaletes, sus manitas con los dedos resplandecientes de sortijas que recorren un grueso rosario con una agilidad voluptuosa, mientras sus miradas furtivas llevan la embriaguez hasta el éxtasis (...) las mujeres de Lima gobiernan a los hombres porque son muy superiores a ellos en inteligencia y en fuerza moral... La inteligencia no se desarrolla sino por sus fuerzas naturales. Por esta causa, la preeminencia de las mujeres de Lima sobre el otro sexo, por inferiores que sean a las mujeres europeas con relación a la moral, debe atribuirse a la superioridad de inteligencia que Dios les ha concedido.
Se debe también hacer notar cuán favorable es la indumentaria de las limeñas para secundar su inteligencia y hacerles adquirir la gran libertad y la influencia dominante de que gozan. Si alguna vez abandonaran aquel traje sin adoptar nuevas costumbres, si no reemplazaran los medios de seducción que les proporciona este disfraz por la adquisición de talentos y virtudes que tengan como objetivo la felicidad y el perfeccionamiento de los demás, virtudes cuya necesidad no han sentido hasta ahora, se puede predecir, sin vacilar, que perderán enseguida todo su imperio, caerán muy bajo y serán tan desdichadas como pueden serlo las criaturas humanas. No podrán ya entregarse a esa actividad incesante que favorece su incógnito y serán presa del tedio sin ningún medio de suplir la falta de estimación que se profesa, en general, a los seres que no son accesibles sino a los goces de los sentidos.
La saya, como he dicho, es el vestido nacional. Todas las mujeres la usan a cualquiera que sea la clase social a que pertenezcan. Se la respeta y forma parte de las costumbres del país como en Oriente lo es el velo de la musulmana. Desde el principio hasta el fin del año las limeñas salen así disfrazadas y aquel que osara quitar a una mujer con saya el manto que le oculta el rostro por completo, a excepción de un ojo, sería perseguido por la indignación pública y severamente castigado. Se ha establecido que cualquier mujer puede salir sola. La mayoría se hace seguir por una negra, pero no es obligación. Ese vestido cambia de tal modo la persona y hasta la voz, cuyas inflexiones se alteran (la boca está cubierta) a tal punto que, salvo que esta persona tenga algo notable, como un talle muy alto o muy bajo, que sea coja o jorobada, es imposible reconocerla.
Creo que se necesitan pocos esfuerzos de imaginación para comprender las consecuencias que resultan de un estado de disfraz continuo, consagrado por el tiempo y la costumbre y sancionado o al menos tolerado por las leyes. Una limeña desayuna por la mañana con su marido con un pequeño peinador a la francesa, con los cabellos levantados, absolutamente como nuestras señoras de París. Si tiene deseo de salir se pone su saya sin corsé (la faja interior que oprime la saya es suficiente), deja caer sus cabellos, se tapa, es decir, esconde la cara con el manto y va donde quiere. Encuentra a su marido en la calle y él no la reconoce, lo intriga con su mirada, le hace gestos, lo provoca con frases, entra en gran conversación, se deja ofrecer helados, frutas, bizcochos, le da una cita, lo deja y enseguida entabla otro diálogo con un oficial que pasa. Puede llevar tan lejos como quiera esta nueva aventura sin quitarse jamás su manto.
Va a visitar a sus amigas, hace un paseo y entra en su casa para almorzar. Su marido no le pregunta dónde ha ido, pues sabe perfectamente que, si tiene interés en ocultarle la verdad, le mentirá y como no tiene medio de evitarlo adopta el partido más sabio: el de no inquietarse. Así estas señoras van solas al teatro, a las corridas de toros, a las asambleas públicas, a los bailes, a los paseos, a las iglesias, a las visitas y son muy bien vistas en todas partes. Si encuentran algunas personas con quienes desean conversar les hablan, las dejan y son libres e independientes en medio de la multitud, aun más de lo que son los hombres con el rostro descubierto. Ese vestido tiene la inmensa ventaja de ser a la vez económico, muy limpio, cómodo, se tiene listo en cualquier momento y jamás se necesita el menor cuidado."
Finalmente, despues de 300 años este modo de vestir que caracterizó e hizo famosas a las limeñas en el mundo desapareció para dar paso a nuevas modas que fueron llegando del viejo continente.
Fuentes:
Flora Tristan, "Lima y sus Costumbres", Peregrinaciones de una paria, Paris 1839
Ricardo Palma, "La Conspiración de la Saya y el Manto", Tradiciones Peruanas, Lima 1872
Wikipedia, La Tapada Limeña
La saya era una falda de seda grande y larga, de colores azul, castaño, verde o negro. Para asegurarla se usaba un cinturón que la ceñía al talle de la mujer. No era extraño que algunas menos agraciadas usaran caderas postizas que exageraban sus dotes naturales. Por debajo de esta falda se podía ver el pequeño pie (calzado con un zapato de raso bordado) que también hizo famosas a las antiguas limeñas. El manto también era de seda, se ataba a la cintura y subía por la espalda hasta cubrir la cabeza y el rostro, dejando al descubierto tan sólo un ojo y acaso los brazos.
La saya contorneaba las caderas y el manto cubría la cabeza y el rostro, excepto, por supuesto, un único ojo. Tras el manto podía habitar una abuela desdentada así como una mujer tuerta picada por la viruela. Las posibilidades eran muchas como muchos debieron ser las ocasiones en que muchachos galantes o "viejos verdes" derrocharon piropos antes esposas, cuñadas, suegras, madres o hijas que podían ocultar su verdadera identidad tras los mantos.
Al respecto, la viajera franco-peruana Flora Tristan nos sigue contando respecto al traje: "Una limeña con saya o vestida con un lindo traje llegado de París no es la misma mujer. Se busca en vano, bajo el vestido parisién, a la mujer seductora que se encontró por la mañana en la iglesia de Santa María. Por eso mismo, en Lima todos los extranjeros van a la iglesia, no para oír cantar a los frailes el oficio divino, sino para admirar, bajo su vestido nacional, a esas mujeres de naturaleza aparte. Todo en ellas está, en efecto, lleno de seducción. Sus posturas son tan encantadoras como su paso y cuando están de rodillas inclinan la cabeza con malicia, dejando ver sus lindos brazos cubiertos de brazaletes, sus manitas con los dedos resplandecientes de sortijas que recorren un grueso rosario con una agilidad voluptuosa, mientras sus miradas furtivas llevan la embriaguez hasta el éxtasis (...) las mujeres de Lima gobiernan a los hombres porque son muy superiores a ellos en inteligencia y en fuerza moral... La inteligencia no se desarrolla sino por sus fuerzas naturales. Por esta causa, la preeminencia de las mujeres de Lima sobre el otro sexo, por inferiores que sean a las mujeres europeas con relación a la moral, debe atribuirse a la superioridad de inteligencia que Dios les ha concedido.
Se debe también hacer notar cuán favorable es la indumentaria de las limeñas para secundar su inteligencia y hacerles adquirir la gran libertad y la influencia dominante de que gozan. Si alguna vez abandonaran aquel traje sin adoptar nuevas costumbres, si no reemplazaran los medios de seducción que les proporciona este disfraz por la adquisición de talentos y virtudes que tengan como objetivo la felicidad y el perfeccionamiento de los demás, virtudes cuya necesidad no han sentido hasta ahora, se puede predecir, sin vacilar, que perderán enseguida todo su imperio, caerán muy bajo y serán tan desdichadas como pueden serlo las criaturas humanas. No podrán ya entregarse a esa actividad incesante que favorece su incógnito y serán presa del tedio sin ningún medio de suplir la falta de estimación que se profesa, en general, a los seres que no son accesibles sino a los goces de los sentidos.
La saya, como he dicho, es el vestido nacional. Todas las mujeres la usan a cualquiera que sea la clase social a que pertenezcan. Se la respeta y forma parte de las costumbres del país como en Oriente lo es el velo de la musulmana. Desde el principio hasta el fin del año las limeñas salen así disfrazadas y aquel que osara quitar a una mujer con saya el manto que le oculta el rostro por completo, a excepción de un ojo, sería perseguido por la indignación pública y severamente castigado. Se ha establecido que cualquier mujer puede salir sola. La mayoría se hace seguir por una negra, pero no es obligación. Ese vestido cambia de tal modo la persona y hasta la voz, cuyas inflexiones se alteran (la boca está cubierta) a tal punto que, salvo que esta persona tenga algo notable, como un talle muy alto o muy bajo, que sea coja o jorobada, es imposible reconocerla.
Creo que se necesitan pocos esfuerzos de imaginación para comprender las consecuencias que resultan de un estado de disfraz continuo, consagrado por el tiempo y la costumbre y sancionado o al menos tolerado por las leyes. Una limeña desayuna por la mañana con su marido con un pequeño peinador a la francesa, con los cabellos levantados, absolutamente como nuestras señoras de París. Si tiene deseo de salir se pone su saya sin corsé (la faja interior que oprime la saya es suficiente), deja caer sus cabellos, se tapa, es decir, esconde la cara con el manto y va donde quiere. Encuentra a su marido en la calle y él no la reconoce, lo intriga con su mirada, le hace gestos, lo provoca con frases, entra en gran conversación, se deja ofrecer helados, frutas, bizcochos, le da una cita, lo deja y enseguida entabla otro diálogo con un oficial que pasa. Puede llevar tan lejos como quiera esta nueva aventura sin quitarse jamás su manto.
Va a visitar a sus amigas, hace un paseo y entra en su casa para almorzar. Su marido no le pregunta dónde ha ido, pues sabe perfectamente que, si tiene interés en ocultarle la verdad, le mentirá y como no tiene medio de evitarlo adopta el partido más sabio: el de no inquietarse. Así estas señoras van solas al teatro, a las corridas de toros, a las asambleas públicas, a los bailes, a los paseos, a las iglesias, a las visitas y son muy bien vistas en todas partes. Si encuentran algunas personas con quienes desean conversar les hablan, las dejan y son libres e independientes en medio de la multitud, aun más de lo que son los hombres con el rostro descubierto. Ese vestido tiene la inmensa ventaja de ser a la vez económico, muy limpio, cómodo, se tiene listo en cualquier momento y jamás se necesita el menor cuidado."
Finalmente, despues de 300 años este modo de vestir que caracterizó e hizo famosas a las limeñas en el mundo desapareció para dar paso a nuevas modas que fueron llegando del viejo continente.
Fuentes:
Flora Tristan, "Lima y sus Costumbres", Peregrinaciones de una paria, Paris 1839
Ricardo Palma, "La Conspiración de la Saya y el Manto", Tradiciones Peruanas, Lima 1872
Wikipedia, La Tapada Limeña
8 comments:
Te Felicito Dave, cada dia mejoras mas tus posts, tu pasion se perfecciona por el amor que le tienes a nuestra ciudad, sigue asi que no me cabe duda encontraras el exito , UN GRAN BESO :*
En Vejer de la Frontera, Cádiz, España, hay un "monumento a la mujer vejeriega" con la misma indumentaria y que revela el origen de los mantos limeños. El monumento de Vejer está en una placita y es de tamaño natural. Cuando lo vi me dije: ¿Y por qué en Lima no hay un monumento a la tapada limeña? La literatura y la música que ha inspirado el famoso manto, bien ameritan un momumento, así que ahí va otra propuesta para la nueva alcaldesa. Y aquí va un enlace con el monumento de Vejer:
http://www.panoramio.com/photo/24897898
El origen del vestido de la saya y el manto está en discusión. Pudo tal vez devenir de los hermosos velos de las mujeres Chancay o de otras comarcas cercanas al valle del Rímac. Lo importante es recordarlas tal como fueron y como las describe con elegancia Flora Tristán… “las limeñas en enfundadas en Saya y Manto son las Reinas de la Tierra”…Estoy de acuerdo que deberían haber monumentos. No uno, sino varios, rescatando los tipos de tapadas que hubo en el tiempo, estos deberían estar por todo Lima y el Perú. La única crítica negativa de Flora al describir a las limeñas fue… “cuando hablan, las limeñas pierden parte de su encanto, pues hablan de política, negocios y otros temas que no son propios del bello sexo”. Esta viajera francesa del siglo XIX, fue pariente del último y desconocido virrey del Perú, don Pio Tristán que solo gobernó en Arequipa desde 1821 a 1826. Flora llego al Perú a reclamar una fortuna familiar en Arequipa y no al conseguir absolutamente nada, viajo a Lima; al terminar su visita a “La ciudad de los Reyes”, se convirtió en abanderada de los derechos de la mujer, una de las grandes fundadoras del feminismo moderno. Hasta ese punto influenciaron las antiguas limeñas en ella.
Muy interesante escultura el de “La Mujer Vejeriana”. No sabia de su existencia. Estoy de acuerdo que a simple vista el parecido es innegable” mujeres cubiertas con un velo mostrando un solo Ojo”. Pero si revisamos numerosas descripciones que existen sobre el traje de la tapada Limeña, (la original de la Saya y Manto) notaremos gran diferencia entre el traje que luce la escultura de la mujer “Vejeriana” y el de la “Tapada Limeña”. Para ello reproduzco el comentario que hace del mismo un viajero francés del siglo XIX…La saya, una especie de vestido que las cubría de los pies a la cintura, con una hebilla o cintas para podérsela ajustar…”El manto, era como una toca de seda negra que se ataba a la cintura, subiendo por la espalda hasta encima de la cabeza, cubriéndole el rostro enteramente, de modo que no permitía vérsele sino un ojo”.... En la escultura de la mujer vejeriana, ella parece estar cubierta por una tela grande que no formaba parte del vestido algo así como un chal. Otra descripción hace ver mayores diferencias,…” todo el resto del cuerpo a excepción de los brazos que van desnudos , lo cubren con cintas ricas de encaje, velillos con muchas zarandajas de oro, perlas y a veces muchos diamantes, todo de mucho costo y por remate, se envuelven con una tira de bayeta de dos tercias de ancho que amaga a taparlo todo y solo cubre la parte superior de los brazos y el cuello…(este descripción corresponde a un chal pero que a veces llevaban sobre los hombros y bajo el manto). Tampoco la postura de ambas es igual, una de las partes del cuerpo que tenia mayor gracia en Lima era el pequeño y arqueado pie, que con coquetería se empeñaban en mostrar. Esta es mi humilde opinión.
Guillermo Andrés, olvidaste mencionar que Flora Tristán fue abuela del notable pintor francés Paul Gauguin, hijo de Alina Maria Chazal, su hija. Ellos vivieron en Lima por 4 años. Flora, además fue precursora del movimiento socialista.
Gracias por complementar la información
Muy interesante y a la vez, estimulante.
Encontrarse con gente que tiene verdadero amôr, por la ciudad mas encantadora y bella Amêrica del Sur. Sin jactancias ni empachos.
Exelente la entrada y felicitaciones.
Estoy a tu disposiciôn y te espero en mi blog.
Un abrazo.
Hola Pluma y Data, estoy gratamente sorprendido con tu blog, se ve muy interesante, lo leere todo y dejame recomendarlo en mi pagina de Facebook. Saludos!
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