Lima en buena parte de su
periodo virreinal era una ciudad amurallada, desde lejos al acercarse a la
ciudad, el aspecto era de muros de 5 a 6 metros de altura que tenían 5 metros
de ancho (Paz Soldán, Geografía del Perú, pag. 29). Esta muralla tenía 7 puertas,
de las cuales las principales eran la Portada del Callao, Juan Simón,
Matamandinga (Guadalupe), Santa Catalina, la del Cercado (Maravillas) y Santa
Clara.
Era una ciudad -a decir de los viajeros- de aspecto oriental. Desde lejos se veía los miradores de las casas, las numerosas y macizas torres y cúpulas de media naranja de las iglesias. En la ciudad casas con fachadas desnudas, azoteas polvorientas y balcones con celosías. Los limeños tenían la costumbre de colocar maceteros de plantas en las ventanas y estos le daban el aspecto de jardines colgantes. Había calles con largos e interminables muros que eran los monasterios y conventos, y que estaban al lado de caserones palaciegos de la nobleza de entonces que radicaba en esta ciudad.
Era una ciudad -a decir de los viajeros- de aspecto oriental. Desde lejos se veía los miradores de las casas, las numerosas y macizas torres y cúpulas de media naranja de las iglesias. En la ciudad casas con fachadas desnudas, azoteas polvorientas y balcones con celosías. Los limeños tenían la costumbre de colocar maceteros de plantas en las ventanas y estos le daban el aspecto de jardines colgantes. Había calles con largos e interminables muros que eran los monasterios y conventos, y que estaban al lado de caserones palaciegos de la nobleza de entonces que radicaba en esta ciudad.
Lima era también la ciudad
de las flores y los frutos, recuerdo de ellos son algunas calles que tenían el
nombre del Chirimoyo (Jr. Puno c. 8),
Higuera (Jr. Cusco c. 2), Naranjos (Jr. Miro Quesada c. 11), Pacae (Jr. Carabaya c. 9). Y un poco
alejado del centro, surgen entre los tapiales, desbordantes enredaderas de todo
tipo, colores y también olores, porque toda esta vegetación llenaba de un
agradable aroma el ambiente, por tanto no todo era el mal olor de acequias y
desagües, sino que había un equilibrio en el ambiente como vemos.
En el interior de las casas
era desbordante el lujo que estas ostentaban. En los salones, múltiples arañas
de cristal, espejos con marcos dorados y gobelinos con pictóricas escenas
colgando de las paredes. Muchas veces se encuentra el retrato de algún famoso
antepasado de la familia. En medio el piano y consolas enconchadas junto a
delicados floreros de porcelana. Sobre la alfombra la tallada mueblería, con
sus cómodos y mullidos sofás de *borlón rojo.
No menos lujoso era el
comedor, espacioso, limpio y donde destaca el aparador de madera pulida. Dentro
de él, cuidadosamente acomodados, vasos de oro, de plata, de marfil, de *búcaro.
Hay *aguamaniles grandes de plata, de bordes dorados. Lo mismo los jarrones con
picos dorados, otros de vidrio. Garrafas de toda forma y calidad guardan los
vinos: las de vidrio, los recios y comunes; los de plata, los exquisitos y
olorosos. También hay varias mesitas para el servicio de los domésticos, con
vajilla, cubiertos, trinchantes, saleros, servilletas. La mesa es grande y de
caoba, lo mismo que los sillones.
En las alcobas, sobre las
camas, altas y umbrosas cujas de tallada madera, encerradas por doseles y ricas
cortinas. Sillones de terciopelo o baqueta cordobesa tachonada de cobre. Un
sofá en el que él señor de la casa duerme la siesta; enconchados armarios,
numerosas imágenes piadosas, un surtido lavatorio, arcones (baúles) de madera,
que en la tapa ostentan el blasón de la casa, y en cuyo interior se guardan los
reales, pesos y ducados. En un rincón el infaltable crucifijo.
Salón de la Casa de La Riva |
Comedor de la Casa de Aliaga |
Además, importante espacio
de la casa es también el Escritorio o Despacho, donde labrados anaqueles
guardan enormes infolios de pergamino. Arriba de la estantería casi siempre un
lienzo de la Purísima o de San Agustín, San Marcos o Santo Tomas de Aquino,
maestros de la Iglesia. En el escritorio el tintero con su pluma de ave, con el
cual se escribe en papel sin rayas. En el cajón secreto del escritorio se
guardan obras de Descartes, Bacón, Grocio, autores prohibidos por la
Inquisición, y que se consiguen gracias al contrabando a altísimos precios.
Y finalmente, el Oratorio
ocupaba un lugar importante en las casas limeñas. Se pasaba muchas horas orando
frente a la imagen de la advocación favorita de cada familia, que podía ser
Santa Rosa de Lima, o la Inmaculada Concepción, o la Virgen del Carmen.
Alcoba de la Casa de Aliaga |
Antiguo arco o baul de madera de la Casa de Aliaga |
La sociedad limeña se
caracterizó durante el siglo XVII por ser muy religiosa, casi el 20% de la
población pertenecía a alguna orden religiosa, como lego, fraile, o monja de
clausura, etc. Esto cambia en el siglo XVIII donde la sociedad se vuelve algo
más libertina, donde el lujo y la pompa y hasta el aparentar lo que no se es
realmente predomina. Esto solo podía cambiar momentáneamente a causa de algún
terremoto o fuerte temblor de tierra, donde todos regresaban a la piedad y a la
penitencia religiosa, pero era breve, pronto regresaba la mayoría a sus
licenciosas costumbres, en la medida que la Inquisición lo permitía. Pero hasta
esto era fácil de sobrellevar, debido al deterioro del mismo clero por aquellas
épocas. Por ejemplo se cuenta el caso del famoso Francisco del CastilloAndraca,
un lego mercedario conocido como El Ciego
de la Merced, quien aprovechando ciertas habilidades para el canto y para
improvisar, se transformó en el más famoso y entusiasta promotor de vergonzosas
jaranas en esta época de la colonia, donde según Mendiburu “daba rienda suelta
a la burla y a la desvergüenza en poesías sarcásticas y obscenas”. Otros
viajeros europeos que pasaron por esta ciudad en la época Virreinal también
describen el grado de corrupción del clero y las disipadas costumbres de los
habitantes de Los Reyes.
Además de las fiestas
particulares que estamos mencionando, Lima era una ciudad que también andaba de
fiesta en fiesta, ya sea por el nacimiento de algún príncipe, o su matrimonio o
coronación, ya sea por la entrada en la ciudad de un nuevo Virrey, por la
llegada del “Cajón de España”, que
traía noticias importantes, por la victoria en alguna batalla lejana obtenida
por las armas españolas, etc. También lo eran la noticia de la canonización de
un nuevo santo, lo cual era seguido por solemnes procesiones, desfiles
deslumbradores, cabalgatas, castillos de fuegos artificiales, corridas de
toros, peleas de gallos, toque de tambores, salvas de cañonazos, interminables
repiques de campanas y ensordecedores quemas de cohetes y cohetecillos. También
motivo de fiesta era la inauguración de alguna nueva iglesia o convento, el
nombramiento de un nuevo arzobispo o la graduación de nuevos profesionales de
las cátedras de San Marcos o de San Pedro Nolasco, universidades mayores que
existían en la ciudad.
Todo este interminable desfile de fiestas solo tenía pausas a la noticia de la muerte del Rey, o del Papá, o de algún Arzobispo. O el anuncio de algún auto de fe por la Inquisición, que a pesar del desprestigio alcanzado por el clero, aún era motivo de congoja entre la población.
Todo este interminable desfile de fiestas solo tenía pausas a la noticia de la muerte del Rey, o del Papá, o de algún Arzobispo. O el anuncio de algún auto de fe por la Inquisición, que a pesar del desprestigio alcanzado por el clero, aún era motivo de congoja entre la población.
Pero pasado el sepelio del
Rey, o del Papa o el auto de fe con sus quemados en la hoguera de Otero, hechos
que evocaban en los espíritus un sentimiento de tristeza y sincera devoción, la
sociedad limeña continuaba con su fiestera existencia.
Y así va pasando la vida en
Lima en esta voluptuosa época virreinal. Los criollos (limeños hijos de
españoles) empezaban a reclamar su lugar en la Sociedad dirigente y su modo de
vida “le iba dando color a la vida limeña” como decía José de la Riva Agüero al
describir esta época. Sin embargo, el Virrey y su cortejo se empeñaban en
imitar la vida cortesana que era común en Europa. Si en el siglo XVII Lima es
un inmenso claustro, en el siglo XVIII aparece como un dorado y deslumbrante
salón francés. El Virrey Amat imita -quizá sin querer- a Luis XV, que al igual
como este se distinguio por sus amores con la célebre Pompadour y habitaba su
regio palacio en Versalles, el brillante y anciano Virrey tenía a la Perricholi
y su palacio de amor en la Quinta del Prado.
La nobleza criolla, que era
rica en el siglo XVII, se hallaba en el siglo XVIII empobrecida a causa del
despilfarro en gastos y la abolición de las encomiendas. Pero a pesar de su
decaída posición económica, procuraban mantener las apariencias y la tradición
deslumbrante de riquezas pasadas. Se volvió vanidosa y orgullosa, por ejemplo
si una condesa pasaba por la calle ostentando doble hilera de mulas que tiraban
su calesa, las orgullosas señoronas que todo lo veían por la celosía de sus
ventanas, heridas en su dignidad, obligaban al esposo a satisfacer este
capricho para no ser menos, y este tenía que complacerlas, ya sea para mantener
la paz en el hogar o para satisfacer las imposiciones sociales. El espíritu de
competencia estaba desatado, y causas que hoy consideraríamos tan poca cosa,
era motivo de disputas y hasta de quejas que el Virrey se encargaba de hacer
llegar a la corte del rey en España para una solución. Algo de esto nos cuenta
Ricardo Palma con el famoso “pleito de las calesas”, en la que ninguno de los
dos nobles querían ceder el paso en la calle. O también era común las luchas
encarnizadas entre la servidumbre de casonas vecinas, a veces por el motivo tan
simple de que a alguno se le haya ocurrido abrir una ventana. Y según Aníbal
Gálvez en su obra “Cosas de Antaño. Crónicas Peruanas” en estas peleas salían a
relucir hasta “puñales, *chafarotes y pistolas”.
En
las mansiones de los nobles no se hacía menos vida cortesana que en el Palacio
del Virrey, núcleo de la actividad social. Y cuando caía la noche, en las
calles oscuras, recorridas la mayoría por acequias murmuradoras y
antihigiénicas, los habitantes apuraban el paso para llegar a sus casas, de cuando
en cuando interrumpidos por la linterna de los serenos o iluminados por la
vacilante luz de alguna lámpara colgada en una pulpería cercana. Y mientras en
las torres de las iglesias sonaban las nueve campanadas que ordenaban la queda, los ricos limeños bien
acomodados en sus amplios sillones iniciaban la tradicional tertulia, en la que
lo ameno de la conversación se mezclaba con los bailes de múltiples parejas, el
juego de cartas y el saborear de abundantes platillos cargado de condimentos
como era la costumbre en aquellos días.
Pero no todo se reducía a
llevar esta vida en casa. Cuando llegaba el verano, los vecinos acomodados de
Lima dejaban la ciudad bulliciosa y envuelta en sahumerio, para salir por
alguna de las puertas de la Muralla y dirigirse a sus casas de hacienda, en pos
del reparador descanso de los campos. Otros, no considerando necesario tan
largos viajes, se iban a las huertas del barrio del Cercado. Otros que no
querían abandonar el terruño pasaban sus días en los refrescantes baños de Piedra
Liza en el Rímac, al cual se dirigían por las tardes, completando esta
excursión visitando las picanterías del barrio de Abajo del Puente para comer
el tradicional ajiaco. Y en invierno, algo tradicional era el paseo de Amancaes
(en el mes de junio, día 24), las cabalgatas a la zona de Chorrillos, u
organizar pachamancas en las huertas de los alrededores de la ciudad.
En una sociedad como la
limeña, que se divertía casi la mitad del año, según el minucioso Manuel de
Mendiburu, en un ambiente de inercia material y moral, donde los artesanos y
jornaleros solo querían trabajar los dos o tres primeros días de cada semana,
el producto natural de tal ociosidad era el
chisme. Al menos en el siglo XVIII la sociedad limeña hizo de la calumnia
algo normal y cotidiano. Y el personaje que representaba a la chismosa por
excelencia en esta sociedad era la beata, aquella que se encargaba de esparcir
entre santiguamientos y actitudes hipócritas, entre frases religiosas y dándose
el pésame ante sagradas imágenes, las famosas novedades y los falsos
testimonios. Este personaje se encuentra bien representado por la letra de
Manuel Ascencio Segura como Ña Catita.
El pleito de las calesas, Teofilo Castillo |
Pero no todo era negativo
como hasta ahora parece ser en esta descripción de la vida y las costumbres de
la sociedad limeña en la época virreinal. La sociedad y los limeños se
caracterizaban por su cultura y por su refinamiento. Tuvo exponentes
importantes de esta elevada cultura como Pedro Peralta y Barnuevo, o don Pablo
de Olavide, limeños universales que los invito a analizarlos, a conocerlos y
saber de su obra. En el Colegio de San Carlos -por ejemplo- un Toribio
Rodríguez de Mendoza enseñaba las doctrinas de la Revolución francesa,
consideradas por aquellos años como lo máximo y ultra estelar en las colonias de América, pudiendo influir mucho en
la mentalidad de sus alumnos, varios de los cuales se convirtieron luego en
líderes de la emancipación. La limeña era una sociedad que publicaba una
revista como El Mercurio Peruano, la primera en su género y en calidad en el
Nuevo Mundo. En Lima se abrió el Anfiteatro Anatómico, el primer lugar en
América donde se hacían estudios médicos, que después se convirtió en la
Escuela de Medicina de San Fernando, que hasta hoy existe.
Así nos acercamos al final
de este virreinato, en el que la inconformidad de nobles jóvenes limeños,
criollos ellos, ricos, dueños de fuertes casas de comercio, no pueden comerciar
libremente con los puertos industriales de Europa, y tienen que someterse a lo
que disponen miserables e ineptos empleados venidos de España, a pagar elevados
derechos por transporte y sin compensación alguna, obligados a comprar los
artículos venidos solo de España. Es este limeño el que ha escuchado a Toribio
Rodríguez de Mendoza, el que ha leído los libros prohibidos que estaban en el
cajón secreto de los escritorios de sus padres y quieren una reforma, que esa
libertad de pensamiento y de comercio de la que se habla en Europa, también
llegue a su Patria. Y así se convierte en el colaborador voluntario de todas
las conspiraciones patrióticas. Sera este limeño el que se presente en el
Cabildo a firmar el Acta de la Independencia tras la llegada de José de San
Martín y será el que ocupara su lugar en el nuevo gobierno de la Republica unos
años después. La época virreinal con sus virtudes y falencias ha quedado atrás.
Fuente:
Fuente:
· Resumen de la monografìa de Jorge Guillermo Leguia: “Lima en el
Siglo XVIII”, publicado por el Concejo Provincial de Lima en el IV Centenario
de la Fundación de la Ciudad, año 1935. (Librería e Imprenta Gil S.A. Calle
Junín 459 y 465, Lima)
Texto de mi conferencia titulada "Anécdotas y Costumbres de la Lima Virreinal" dada el día viernes 13 de febrero en el auditorio de la Universidad Tecnológica del Perú en evento organizado por INTECI.
5 comments:
Que buen artículo agradeceré que estas noticias puedan ser transmitadas en un block de noticios puede ser "LIMA DE ANTAÑO" ya que hay tanta MALA NOTICIA en las mañanas si no es "crímen" "robo" "maltrato a niños y ancianos" estamos llenos de TV basura por favor somos un país sin cultura ni memoria hasta cuando¡¡¡¡¡
Interesante el artículo, lástima que sólo hace mención a la clase adinerada de limeños e hispanos. No se menciona a la mayoría de -también limeños- que vivían en condiciones infrahumanas en callejones y solares, hacinados, empobrecidos por una élite explotadora que apenas se dieron los primeros atisbos libertarios, cogieron su dinero y se mudaron a España dejando al país en ruinas.
Interesante el artículo, lástima que solo hace mención a la clase adinerada limeña. No se menciona para nada a los otros -también limeños- que vivían en callejones y solares tugurizados y empobrecidos justamente por esa élite explotadora, la misma que a los primeros atisbos libertarios no dudó en fugar a España llevándose consigo todo lo que pudieron, dejando un país en la miseria.
Vi un sitio web muy interesante Exelente sitio se los recomiendo
Simpática aproximación a la Lima del siglo XVIII, y que agradezco. No obstante, decir que "En el interior de las casas era desbordante el lujo que estas ostentaban", hace que nos preguntemos si ocurría en todas las casas o en cuántas de ellas. Supongo que la mayoría no tendría tanta riqueza, y si la mayoría no fuese rica, cuenta para hacer un retrato.
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