lunes, febrero 23

Lima en el Siglo XVIII

Lima en buena parte de su periodo virreinal era una ciudad amurallada, desde lejos al acercarse a la ciudad, el aspecto era de muros de 5 a 6 metros de altura que tenían 5 metros de ancho (Paz Soldán, Geografía del Perú, pag. 29). Esta muralla tenía 7 puertas, de las cuales las principales eran la Portada del Callao, Juan Simón, Matamandinga (Guadalupe), Santa Catalina, la del Cercado (Maravillas) y Santa Clara.

Era una ciudad -a decir de los viajeros- de aspecto oriental. Desde lejos se veía los miradores de las casas, las numerosas y macizas torres y cúpulas de media naranja de las iglesias. En la ciudad casas con fachadas desnudas, azoteas polvorientas y balcones con celosías. Los limeños tenían la costumbre de colocar maceteros de plantas en las ventanas y estos le daban el aspecto de jardines colgantes. Había calles con largos e interminables muros que eran los monasterios y conventos, y que estaban al lado de caserones palaciegos de la nobleza de entonces que radicaba en esta ciudad.

Lima era también la ciudad de las flores y los frutos, recuerdo de ellos son algunas calles que tenían el nombre del Chirimoyo (Jr. Puno c. 8), Higuera (Jr. Cusco c. 2), Naranjos (Jr. Miro Quesada c. 11), Pacae (Jr. Carabaya c. 9). Y un poco alejado del centro, surgen entre los tapiales, desbordantes enredaderas de todo tipo, colores y también olores, porque toda esta vegetación llenaba de un agradable aroma el ambiente, por tanto no todo era el mal olor de acequias y desagües, sino que había un equilibrio en el ambiente como vemos.



En el interior de las casas era desbordante el lujo que estas ostentaban. En los salones, múltiples arañas de cristal, espejos con marcos dorados y gobelinos con pictóricas escenas colgando de las paredes. Muchas veces se encuentra el retrato de algún famoso antepasado de la familia. En medio el piano y consolas enconchadas junto a delicados floreros de porcelana. Sobre la alfombra la tallada mueblería, con sus cómodos y mullidos sofás de *borlón rojo.

No menos lujoso era el comedor, espacioso, limpio y donde destaca el aparador de madera pulida. Dentro de él, cuidadosamente acomodados, vasos de oro, de plata, de marfil, de *búcaro. Hay *aguamaniles grandes de plata, de bordes dorados. Lo mismo los jarrones con picos dorados, otros de vidrio. Garrafas de toda forma y calidad guardan los vinos: las de vidrio, los recios y comunes; los de plata, los exquisitos y olorosos. También hay varias mesitas para el servicio de los domésticos, con vajilla, cubiertos, trinchantes, saleros, servilletas. La mesa es grande y de caoba, lo mismo que los sillones.
Salón de la Casa de La Riva
Comedor de la Casa de Aliaga
En las alcobas, sobre las camas, altas y umbrosas cujas de tallada madera, encerradas por doseles y ricas cortinas. Sillones de terciopelo o baqueta cordobesa tachonada de cobre. Un sofá en el que él señor de la casa duerme la siesta; enconchados armarios, numerosas imágenes piadosas, un surtido lavatorio, arcones (baúles) de madera, que en la tapa ostentan el blasón de la casa, y en cuyo interior se guardan los reales, pesos y ducados. En un rincón el infaltable crucifijo.

Además, importante espacio de la casa es también el Escritorio o Despacho, donde labrados anaqueles guardan enormes infolios de pergamino. Arriba de la estantería casi siempre un lienzo de la Purísima o de San Agustín, San Marcos o Santo Tomas de Aquino, maestros de la Iglesia. En el escritorio el tintero con su pluma de ave, con el cual se escribe en papel sin rayas. En el cajón secreto del escritorio se guardan obras de Descartes, Bacón, Grocio, autores prohibidos por la Inquisición, y que se consiguen gracias al contrabando a altísimos precios.


Alcoba de la Casa de Aliaga
Antiguo arco o baul de madera de la Casa de Aliaga
Y finalmente, el Oratorio ocupaba un lugar importante en las casas limeñas. Se pasaba muchas horas orando frente a la imagen de la advocación favorita de cada familia, que podía ser Santa Rosa de Lima, o la Inmaculada Concepción, o la Virgen del Carmen.

La sociedad limeña se caracterizó durante el siglo XVII por ser muy religiosa, casi el 20% de la población pertenecía a alguna orden religiosa, como lego, fraile, o monja de clausura, etc. Esto cambia en el siglo XVIII donde la sociedad se vuelve algo más libertina, donde el lujo y la pompa y hasta el aparentar lo que no se es realmente predomina. Esto solo podía cambiar momentáneamente a causa de algún terremoto o fuerte temblor de tierra, donde todos regresaban a la piedad y a la penitencia religiosa, pero era breve, pronto regresaba la mayoría a sus licenciosas costumbres, en la medida que la Inquisición lo permitía. Pero hasta esto era fácil de sobrellevar, debido al deterioro del mismo clero por aquellas épocas. Por ejemplo se cuenta el caso del famoso Francisco del CastilloAndraca, un lego mercedario conocido como El Ciego de la Merced, quien aprovechando ciertas habilidades para el canto y para improvisar, se transformó en el más famoso y entusiasta promotor de vergonzosas jaranas en esta época de la colonia, donde según Mendiburu “daba rienda suelta a la burla y a la desvergüenza en poesías sarcásticas y obscenas”. Otros viajeros europeos que pasaron por esta ciudad en la época Virreinal también describen el grado de corrupción del clero y las disipadas costumbres de los habitantes de Los Reyes.

Además de las fiestas particulares que estamos mencionando, Lima era una ciudad que también andaba de fiesta en fiesta, ya sea por el nacimiento de algún príncipe, o su matrimonio o coronación, ya sea por la entrada en la ciudad de un nuevo Virrey, por la llegada del “Cajón de España”, que traía noticias importantes, por la victoria en alguna batalla lejana obtenida por las armas españolas, etc. También lo eran la noticia de la canonización de un nuevo santo, lo cual era seguido por solemnes procesiones, desfiles deslumbradores, cabalgatas, castillos de fuegos artificiales, corridas de toros, peleas de gallos, toque de tambores, salvas de cañonazos, interminables repiques de campanas y ensordecedores quemas de cohetes y cohetecillos. También motivo de fiesta era la inauguración de alguna nueva iglesia o convento, el nombramiento de un nuevo arzobispo o la graduación de nuevos profesionales de las cátedras de San Marcos o de San Pedro Nolasco, universidades mayores que existían en la ciudad.
Todo este interminable desfile de fiestas solo tenía pausas a la noticia de la muerte del Rey, o del Papá, o de algún Arzobispo. O el anuncio de algún auto de fe por la Inquisición, que a pesar del desprestigio alcanzado por el clero, aún era motivo de congoja entre la población.
Pero pasado el sepelio del Rey, o del Papa o el auto de fe con sus quemados en la hoguera de Otero, hechos que evocaban en los espíritus un sentimiento de tristeza y sincera devoción, la sociedad limeña continuaba con su fiestera existencia.

Y así va pasando la vida en Lima en esta voluptuosa época virreinal. Los criollos (limeños hijos de españoles) empezaban a reclamar su lugar en la Sociedad dirigente y su modo de vida “le iba dando color a la vida limeña” como decía José de la Riva Agüero al describir esta época. Sin embargo, el Virrey y su cortejo se empeñaban en imitar la vida cortesana que era común en Europa. Si en el siglo XVII Lima es un inmenso claustro, en el siglo XVIII aparece como un dorado y deslumbrante salón francés. El Virrey Amat imita -quizá sin querer- a Luis XV, que al igual como este se distinguio por sus amores con la célebre Pompadour y habitaba su regio palacio en Versalles, el brillante y anciano Virrey tenía a la Perricholi y su palacio de amor en la Quinta del Prado.

La nobleza criolla, que era rica en el siglo XVII, se hallaba en el siglo XVIII empobrecida a causa del despilfarro en gastos y la abolición de las encomiendas. Pero a pesar de su decaída posición económica, procuraban mantener las apariencias y la tradición deslumbrante de riquezas pasadas. Se volvió vanidosa y orgullosa, por ejemplo si una condesa pasaba por la calle ostentando doble hilera de mulas que tiraban su calesa, las orgullosas señoronas que todo lo veían por la celosía de sus ventanas, heridas en su dignidad, obligaban al esposo a satisfacer este capricho para no ser menos, y este tenía que complacerlas, ya sea para mantener la paz en el hogar o para satisfacer las imposiciones sociales. El espíritu de competencia estaba desatado, y causas que hoy consideraríamos tan poca cosa, era motivo de disputas y hasta de quejas que el Virrey se encargaba de hacer llegar a la corte del rey en España para una solución. Algo de esto nos cuenta Ricardo Palma con el famoso “pleito de las calesas”, en la que ninguno de los dos nobles querían ceder el paso en la calle. O también era común las luchas encarnizadas entre la servidumbre de casonas vecinas, a veces por el motivo tan simple de que a alguno se le haya ocurrido abrir una ventana. Y según Aníbal Gálvez en su obra “Cosas de Antaño. Crónicas Peruanas” en estas peleas salían a relucir hasta “puñales, *chafarotes y pistolas”.

En las mansiones de los nobles no se hacía menos vida cortesana que en el Palacio del Virrey, núcleo de la actividad social. Y cuando caía la noche, en las calles oscuras, recorridas la mayoría por acequias murmuradoras y antihigiénicas, los habitantes apuraban el paso para llegar a sus casas, de cuando en cuando interrumpidos por la linterna de los serenos o iluminados por la vacilante luz de alguna lámpara colgada en una pulpería cercana. Y mientras en las torres de las iglesias sonaban las nueve campanadas que ordenaban la queda, los ricos limeños bien acomodados en sus amplios sillones iniciaban la tradicional tertulia, en la que lo ameno de la conversación se mezclaba con los bailes de múltiples parejas, el juego de cartas y el saborear de abundantes platillos cargado de condimentos como era la costumbre en aquellos días.

Pero no todo se reducía a llevar esta vida en casa. Cuando llegaba el verano, los vecinos acomodados de Lima dejaban la ciudad bulliciosa y envuelta en sahumerio, para salir por alguna de las puertas de la Muralla y dirigirse a sus casas de hacienda, en pos del reparador descanso de los campos. Otros, no considerando necesario tan largos viajes, se iban a las huertas del barrio del Cercado. Otros que no querían abandonar el terruño pasaban sus días en los refrescantes baños de Piedra Liza en el Rímac, al cual se dirigían por las tardes, completando esta excursión visitando las picanterías del barrio de Abajo del Puente para comer el tradicional ajiaco. Y en invierno, algo tradicional era el paseo de Amancaes (en el mes de junio, día 24), las cabalgatas a la zona de Chorrillos, u organizar pachamancas en las huertas de los alrededores de la ciudad.


El pleito de las calesas, Teofilo Castillo
En una sociedad como la limeña, que se divertía casi la mitad del año, según el minucioso Manuel de Mendiburu, en un ambiente de inercia material y moral, donde los artesanos y jornaleros solo querían trabajar los dos o tres primeros días de cada semana, el producto natural de tal ociosidad era el chisme. Al menos en el siglo XVIII la sociedad limeña hizo de la calumnia algo normal y cotidiano. Y el personaje que representaba a la chismosa por excelencia en esta sociedad era la beata, aquella que se encargaba de esparcir entre santiguamientos y actitudes hipócritas, entre frases religiosas y dándose el pésame ante sagradas imágenes, las famosas novedades y los falsos testimonios. Este personaje se encuentra bien representado por la letra de Manuel Ascencio Segura como Ña Catita.

Pero no todo era negativo como hasta ahora parece ser en esta descripción de la vida y las costumbres de la sociedad limeña en la época virreinal. La sociedad y los limeños se caracterizaban por su cultura y por su refinamiento. Tuvo exponentes importantes de esta elevada cultura como Pedro Peralta y Barnuevo, o don Pablo de Olavide, limeños universales que los invito a analizarlos, a conocerlos y saber de su obra. En el Colegio de San Carlos -por ejemplo- un Toribio Rodríguez de Mendoza enseñaba las doctrinas de la Revolución francesa, consideradas por aquellos años como lo máximo y ultra estelar en las colonias de América, pudiendo influir mucho en la mentalidad de sus alumnos, varios de los cuales se convirtieron luego en líderes de la emancipación. La limeña era una sociedad que publicaba una revista como El Mercurio Peruano, la primera en su género y en calidad en el Nuevo Mundo. En Lima se abrió el Anfiteatro Anatómico, el primer lugar en América donde se hacían estudios médicos, que después se convirtió en la Escuela de Medicina de San Fernando, que hasta hoy existe.

Así nos acercamos al final de este virreinato, en el que la inconformidad de nobles jóvenes limeños, criollos ellos, ricos, dueños de fuertes casas de comercio, no pueden comerciar libremente con los puertos industriales de Europa, y tienen que someterse a lo que disponen miserables e ineptos empleados venidos de España, a pagar elevados derechos por transporte y sin compensación alguna, obligados a comprar los artículos venidos solo de España. Es este limeño el que ha escuchado a Toribio Rodríguez de Mendoza, el que ha leído los libros prohibidos que estaban en el cajón secreto de los escritorios de sus padres y quieren una reforma, que esa libertad de pensamiento y de comercio de la que se habla en Europa, también llegue a su Patria. Y así se convierte en el colaborador voluntario de todas las conspiraciones patrióticas. Sera este limeño el que se presente en el Cabildo a firmar el Acta de la Independencia tras la llegada de José de San Martín y será el que ocupara su lugar en el nuevo gobierno de la Republica unos años después. La época virreinal con sus virtudes y falencias ha quedado atrás.

Fuente:
·      Resumen de la monografìa de Jorge Guillermo Leguia: “Lima en el Siglo XVIII”, publicado por el Concejo Provincial de Lima en el IV Centenario de la Fundación de la Ciudad, año 1935. (Librería e Imprenta Gil S.A. Calle Junín 459 y 465, Lima)

  Texto de mi conferencia titulada "Anécdotas y Costumbres de la Lima Virreinal" dada el día viernes 13 de febrero en el auditorio de la Universidad Tecnológica del Perú en evento organizado por INTECI.



5 comments:

Sara María Orosco E. dijo...

Que buen artículo agradeceré que estas noticias puedan ser transmitadas en un block de noticios puede ser "LIMA DE ANTAÑO" ya que hay tanta MALA NOTICIA en las mañanas si no es "crímen" "robo" "maltrato a niños y ancianos" estamos llenos de TV basura por favor somos un país sin cultura ni memoria hasta cuando¡¡¡¡¡

Roberto Aníbal de Bedoya y Petrovich dijo...

Interesante el artículo, lástima que sólo hace mención a la clase adinerada de limeños e hispanos. No se menciona a la mayoría de -también limeños- que vivían en condiciones infrahumanas en callejones y solares, hacinados, empobrecidos por una élite explotadora que apenas se dieron los primeros atisbos libertarios, cogieron su dinero y se mudaron a España dejando al país en ruinas.

Roberto Aníbal de Bedoya y Petrovich dijo...

Interesante el artículo, lástima que solo hace mención a la clase adinerada limeña. No se menciona para nada a los otros -también limeños- que vivían en callejones y solares tugurizados y empobrecidos justamente por esa élite explotadora, la misma que a los primeros atisbos libertarios no dudó en fugar a España llevándose consigo todo lo que pudieron, dejando un país en la miseria.

Anónimo dijo...

Vi un sitio web muy interesante Exelente sitio se los recomiendo

Juan Acevedo dijo...

Simpática aproximación a la Lima del siglo XVIII, y que agradezco. No obstante, decir que "En el interior de las casas era desbordante el lujo que estas ostentaban", hace que nos preguntemos si ocurría en todas las casas o en cuántas de ellas. Supongo que la mayoría no tendría tanta riqueza, y si la mayoría no fuese rica, cuenta para hacer un retrato.